Los insectos: esenciales, desconocidos y cada vez en más serio peligro (2024)

Una repentina sombra cubre una hormiga que zigzaguea entre matorrales secos y espinosos en Sierra Nevada (Granada). Sobre el insecto asoma una cabeza humana que se levanta las gafas para ver más de cerca. Es la cara del investigador Alberto Tinaut, que, tras solo unos segundos para identificar la especie, reacciona con una enorme sonrisa. El veterano profesor, de 72 años, vuelve a tener delante a una vieja conocida, Rossomyrmex minuchae, un sorprendente insecto de la fauna ibérica del que cada vez se contabilizan menos hormigueros. Ya en el pasado, localizar esta hormiga esclavista era como dar con una aguja en un pajar por sus extrañas particularidades, no en vano Tinaut la descubrió por primera vez en 1979 y tardó más de 10 años en volver a encontrarla. Pero ahora, además, el pajar está en llamas, o al menos una parte, pues esta es una de las muchas especies de insectos cuya caída de sus poblaciones está disparando las alarmas de los científicos.

Si a los zoólogos Alberto Tinaut y Francisca Ruano, pareja y profesores de la Universidad de Granada, les costó tanto investigar a las Rossomyrmex es porque estas apenas salen de su hormiguero, pues engañan a otras hormigas para que hagan su trabajo. Asaltan los nidos de otra especie y se llevan sus larvas y sus juveniles para que crezcan con ellas como si fueran sus propias obreras. Uno puede estar viendo entrar en un orificio del suelo especímenes de Proformica longiseta y pensar que es un hormiguero de esa especie cuando en realidad se trata de esclavas. Así pues, solo hay dos formas de localizar emplazamientos de Rossomyrmex: aspirar en la entrada de un nido para ver si hay ejemplares dentro o pillar alguna de ellas en los escasísimos momentos en los que se aventuran fuera, entre finales de junio y comienzos de agosto, cuando van a asaltar los hormigueros de Proformica. “Pasamos muchísimo tiempo en el campo tras ellas, pero cuando vimos por primera vez un asalto ya no pudimos despegarnos de allí de la emoción que sentíamos”, cuenta Ruano. “En esos ataques ves realmente una guerra, los humanos no somos tan especiales como nos creemos”.

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Esta hormiga esclavista no se mueve en fila como otras especies, dejando pistas de feromonas en el suelo para marcar el camino, sino que se desplaza en solitario y se orientan por el sol. Otra de las sorpresas que se llevaron los investigadores andaluces al estudiar las Rossomyrmex es la forma en la que una exploradora muestra al resto la ubicación de un emplazamiento para atacar. Como describe con pasión Tinaut, la que ha descubierto el objetivo a asaltar vuelve a su hormiguero y coge a otra con la mandíbula para llevarla hasta allí, luego regresan las dos y cargan con una nueva cada una, lo mismo con las siguientes cuatro y así de forma exponencial. La gran sonrisa del profesor malagueño en este verano de 2022 aparece al toparse por casualidad con un ejemplar de Rossomyrmex que vuelve de un ataque con una larva en la boca. A partir de ahí, la estrategia consiste en seguir el sinuoso caminar de la pequeña hormiga sin perderla de vista para ver en qué agujero se mete. Una vez localizado el hormiguero, Tinaut saca una pequeña estaca de su mochila y la clava al lado con un código para señalizar el lugar. Según explica, en esta zona han pasado de tener controlados entre 40 y 50 hormigueros a solo tres. “Siento con impotencia que esto no tiene remedio”, comenta el investigador, que detalla que no hay una disminución generalizada de las 300 especies de hormigas del país, pero desde luego sí de esta que conoce tan bien, lo que cree que tiene que ver con el cambio climático. “El problema de la biodiversidad es que yo sé que estas hormigas están desapareciendo porque nos hemos ocupado de ellas, hay otros muchos insectos de los que no tenemos ni idea”.

La Real Sociedad Entomológica del Reino Unido considera que se han descrito ya cerca de un millón de especies de insectos en el mundo y estima que en realidad pueden llegar a los 10 millones. En España, Jorge Lobo, entomólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), afirma que en la actualidad se conocen más de 34.000 especies, la gran mayoría de los animales terrestres del país, pero estima que faltan por descubrir entre un 20% y un 50% más, dependiendo de si se utilizan técnicas moleculares y muestreos exhaustivos. La mayor parte de estos insectos aquí son coleópteros (escarabajos), himenópteros (abejas, avispas, hormigas…), dípteros (moscas, mosquitos, tábanos)… Hay tantos y tienen características ecológicas tan radicalmente diferentes que algunos investigadores consideran incluso que tiene poco sentido analizarlos como un todo. Aun así, hoy en día son muchos los estudios que alertan sobre la fuerte disminución de estos pequeños seres en puntos de todo el planeta.

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“El declive de los insectos es muy patente y muy serio”, señala Lobo, que asegura que “esto no deja de ser un resultado más de un proceso general provocado por el incremento de pesticidas y productos agroquímicos, mezclado con el cambio climático y la alteración de los ecosistemas”. En cualquier caso, una de las grandes dificultades para determinar el verdadero alcance del problema es lo mucho que falta por saber hoy en día de los insectos. Si la hormiga esclavista de Tinaut y Ruano muestra lo complejo que a veces resulta conocer bien una única especie, tratar de seguir el estado de miles diferentes por todo el territorio parece una tarea inabarcable. Para comparar su evolución, no existen registros temporales largos, ni siquiera para los grupos más estudiados, como las mariposas. Incluso cuando parece que ya hay algo seguro, como el pequeño grupo de los odonatos, el de las libélulas, que no había experimentado cambios en España desde el siglo XIX, llega 2020 y se descubre una nueva especie solo vista aquí: Onychogomphus cazuma. Un sorprendente hallazgo de un insecto del que apenas se han encontrado una quincena de poblaciones en Valencia, Cuenca, Albacete y Murcia.

Desde el aire llega volando un escarabajo negro con un zumbido parecido al de un helicóptero en miniatura. Se trata de un Scarabaeus sacer, el mayor coleóptero coprófa*go de la fauna ibérica, que aterriza su cuerpo acorazado sobre la fina arena del parque nacional de Doñana. Junto a este ejemplar formidable toca tierra otro y luego uno más, son decenas los insectos de esta especie que acuden al lugar atraídos por el irresistible olor captado por sus antenas. Unos segundos antes, el investigador José Ramón Verdú, de la Universidad de Alicante, se ha puesto unos guantes de látex y ha hundido sus manos en un cubo lleno de excrementos de vaca para esparcir luego su contenido en el suelo formando varios montícu­los. La respuesta resulta inmediata y desencadena una sorprendente lluvia de coleópteros, un espectáculo muy poco habitual hoy en día. “Esto ya no se puede ver casi en ningún otro sitio en España más que aquí, en Doñana”, recalca el científico.

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Ni siquiera ocurre en todo el parque, solo en la reserva de la Estación Biológica de Doñana, el único lugar donde no está permitido desparasitar al ganado con ivermectina. Los experimentos llevados a cabo desde hace una década por Verdú muestran una relación directa entre el uso de este fármaco utilizado de forma generalizada en la ganadería y la reducción de los escarabajos peloteros que se alimentan de las heces de los animales tratados. Como señala el investigador, cuando ingieren restos de ivermectina en las boñigas, estos insectos ven alteradas sus capacidades locomotora y sensorial, comportándose entonces como si fueran muertos vivientes. El resultado es que en la mayoría de los campos donde antes los escarabajos descomponían los excrementos del ganado en pelotas que hacían rodar y enterraban, hasta hacerlos desaparecer, hoy se quedan en el suelo las boñigas intactas. Uno de los últimos sitios donde Verdú lo ha vuelto a comprobar es el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido (Huesca), donde no solo ha encontrado muy pocos escarabajos peloteros, sino que ha retirado ejemplares muertos de las propias boñigas. “Es muy triste cuando sales de Doñana”, incide. “La cuestión química es clave en el declive de los insectos”.

La paulatina desaparición de los Scarabaeus sacer, los escarabajos sagrados de los egipcios, no solo es una gran pérdida para los entomólogos. La acumulación de excrementos del ganado tiene diferentes impactos negativos para los suelos y el entorno. De hecho, en Australia todavía siguen pagando por importar coleópteros coprófa*gos de otros lugares del planeta para evitar el deterioro de los pastos y la proliferación de moscas, pues los escarabajos autóctonos no pueden descomponer los excrementos del ganado introducido de fuera. A menudo se olvida, pero los insectos proporcionan muchos servicios esenciales. Ocurre también con la polinización de las plantas, el transporte de polen para favorecer la reproducción vegetal. Desde hace más de una década, hay estudios que advierten del retroceso de abejas y otros polinizadores, lo que preocupa por el impacto en plantas silvestres y cultivos.

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Concepción Ornosa, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, ha comprobado ella misma la disminución de “los mejores polinizadores que hay”, los abejorros, en los Pirineos, tanto en número de especies como en tamaño de las poblaciones. “Se ha constatado en todo el mundo, realmente están desapareciendo los polinizadores”, afirma. También hay estudios que han encontrado lo contrario, aunque en áreas muy bien conservadas, como los trabajos en la sierra de Cazorla (Jaén) de Carlos M. Herrera, ecólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Para este investigador, mucha de la literatura científica sobre el declive de los insectos viene de Alemania, Reino Unido o Estados Unidos, de “zonas muy humanizadas, muy antropizadas, con mucha destrucción de hábitat y aumento de la agricultura intensiva”. “Aquí, en Cazorla, que es un área inmensa y que no tiene impacto de pesticidas, lo que yo he encontrado es que el clima está cambiando y que esto les va mal a algunos polinizadores, pero a otros les va bien”. Este ecólogo asegura también que, aunque los abejorros son los polinizadores principales de los Pirineos o la cordillera Cantábrica, en el ecosistema mediterráneo resultan mucho más importantes abejas pequeñas, como las del género Andrena. “Para que te hagas una idea, aquí en Cazorla tenemos 200 especies de abejas, muchas más que en el Reino Unido”, comenta Herrera. “Hay países como Alemania que verdaderamente tienen motivos para estar muy preocupados porque incluso en áreas protegidas los insectos están disminuyendo, catastróficamente, pero lo que se sabe de allí a nosotros no nos vale”.

Imagen de teléfono móvil del 30 de mayo de 2022, a las 13.31, en Madrid. Especie: Lucanus cervus. Autor: Antonio Ordóñez. Un Lucanus cervus, o ciervo volante, es un llamativo escarabajo con unas enormes mandíbulas que recuerdan a las astas de los cérvidos de los que toma el nombre. Con ellas los machos luchan por las hembras, pero no chocando sus cornamentas, sino agarrando con ellas a sus adversarios para tirarlos fuera de las ramas o árboles. Antonio Ordóñez es un politólogo de formación dedicado a las comunicaciones, pero también aficionado a la entomología y director de Biodiversidad Virtual. Como incide, en la actualidad no son los investigadores profesionales los que aportan más datos sobre los insectos, sino maestros, abogados, economistas, médicos u otras profesiones que combinan sus trabajos principales con la afición a los artrópodos. Él creó en los años noventa Biodiversidad Virtual, una plataforma pionera en Europa para que la gente subiera fotos digitales de insectos, que hoy constituye una referencia para la propia Sociedad Española de Entomología y cuyos registros han sido utilizados ya en cerca de 600 artículos científicos. “Fuimos pioneros, pero ahora es brutal el fenómeno de participación ciudadana en recopilación de datos de biodiversidad con aplicaciones para móviles”, cuenta Ordóñez, que explica que la última novedad es la incorporación de la inteligencia artificial. “Esto tiene mucha tela, si en su momento todo este movimiento sirvió para ayudar a conocer la distribución biológica de las especies, ahora con estos millones de datos también estamos ayudando a educar a la inteligencia artificial, el famoso deep learning, pues las máquinas están aprendiendo a distinguir moscas, mariposas, escarabajos, plantas, flores… a través de las aportaciones de los ciudadanos”.

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La participación de los entomólogos aficionados también resultó clave para uno de los estudios que antes disparó las alarmas sobre el declive de los insectos, el de Alemania publicado en 2017 en PLOS ONE, que encontró una reducción de más del 75% de los insectos voladores en 27 años en áreas protegidas. Esta investigación, que dio lugar a expresiones como el armagedón de los insectos o el apocalipsis de los insectos, se pudo llevar a cabo gracias a los datos recopilados durante casi tres décadas por miembros de la Sociedad Entomológica de Krefeld, como Martin Sorg. “El armagedón es un cataclismo repentino de influencia divina o geológica; el daño a la biodiversidad que vemos y medimos es un proceso lento de degradación, extirpación y extinción de especies regionales durante décadas y siglos causado por humanos”, especifica este entomólogo alemán. “Los periodistas y científicos serios solo deberían usar términos si la definición encaja”, enfatiza Sorg.

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La situación de los ciervos volantes en España parece bastante mejor que la de la hormiga esclavista, los escarabajos peloteros o los abejorros. Aunque, de nuevo, falta información. Como destaca Marcos Méndez, investigador del área de Biodiversidad y Conservación de la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los expertos del Grupo Europeo de Ciervo Volante: “Yo puedo dormir tranquilo por las noches porque los datos que tenemos de Lucanus cervus en la península Ibérica no muestran indicios de fuertes declives, pero a medida que vas hacia el norte de Europa, la especie empieza a tener un estatus más preocupante”. Ahora bien, como insiste el profesor, los datos disponibles para proteger a los insectos son mucho peores que los que hay para proteger aves, ballenas o linces. En el caso concreto del Lucanus cervus, en la Península hay más de 700 cuadrículas de 10 por 10 kilómetros donde se sabe que está o ha estado la especie. Para conocer el estado de este insecto, habría que tener datos actualizados de todas ellas. “No puedo dedicar mi vida a recorrer 700 cuadrículas al año. Es imposible, repito, imposible, con la fuerza de trabajo que manejo, tener datos cada año de esas 700 y pico cuadrículas”, subraya Méndez. “Con suerte, en un año recibo datos igual para 70 u 80 cuadrícu­las; es decir, si todo va bien, tardo 10 años en tener datos de todo el territorio otra vez”. Para afrontar mejor esta descomunal tarea, desde 2016 se está intentando consolidar una red europea para hacer muestreos todos los veranos con voluntarios.

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El trabajo de los aficionados con los insectos (algunos de ellos, principales autoridades para determinadas especies) resulta cada vez más importante en entomología. El descubrimiento en 2020 de la libélula Onychogomphus cazuma es otro ejemplo de ello, pues, como explica Cecilia Díaz, funcionaria de la Administración de Castilla-La Mancha y una de las responsables del hallazgo, ocurrió de forma fortuita por una quedada de tres amigos especialistas en odonatos en la casa de uno de ellos. “Nuestro compañero Javier nos había advertido de que allí había libélulas muy raras y cuando vimos aquello en la mano con Nuria tuvimos claro que era especial”, señala esta bióloga. “Nos costó confirmar la hipótesis de que era una especie nueva, para la parte de taxonomía nos valíamos nosotros, pero para los análisis moleculares tuvimos que pedir ayuda a investigadores profesionales”, destaca. Este fue un descubrimiento muy curioso con un sabor agridulce, pues las escasas poblaciones localizadas muestran que la especie recién descubierta “parece que tiene poco futuro”.

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A pesar del poder del esfuerzo colectivo de los aficionados, en realidad el mundo de los artrópodos es demasiado vasto incluso para un ejército de voluntarios. Una de las principales limitaciones es que la mayor parte de los amantes de los insectos buscan las especies más vistosas. Nacho Cabellos es profesor de Matemáticas y aficionado a la entomología, sobre todo a las moscas. “Parece raro cuando lo cuentas por ahí, pero los dípteros son un grupo muy peculiar que me gusta muchísimo, solo en la península Ibérica hay más de 6.000 especies de moscas”, recalca. Cabellos forma parte también de Biodiversidad Virtual, desde donde organizan excursiones (testings) a sitios como espacios naturales protegidos para intentar fotografiar al máximo de insectos y conseguir información valiosa muy difícil de lograr de otra forma. “Cuando nosotros empezamos a mandarles informes al parque nacional de Cabañeros o al de las Tablas de Daimiel, ellos no tenían ni un solo dato sobre insectos que no fueran libélulas y mariposas”. Y es que, a pesar de las preferencias de este matemático por las moscas, sus gustos no coinciden con la mayoría. “El 99% de los fotógrafos de cosas pequeñas se dedican a fotografiar mariposas y libélulas porque estéticamente son muy bonitas, son muy pocos los que van detrás de colémbolos”, comenta.

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